propuesta.
En 1599 Henri Lancelot Voisin de La Popelinière publicó Dessein de l’historire nouvelle des françois. En ella consolidaba las ideas expuestas en las décadas anteriores por Bodin en torno a una nueva forma de hacer historia que dejara atrás la cronística medieval. Ambos autores abrogaban por una historia laica, ordenada cronológicamente y fundamentada en el análisis de las causas. Además, desde sus páginas dedicadas a analizar el pasado La Popelinière animaba a explorar y colonizar un troisiéme monde y, siguiendo las pasos de Colón, Magallanes o Drake, descubrir y construir otro nuevo mundo en los inmensos espacios en blanco que los mapas identificaba por aquel entonces como Terra Australis.
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En la década de 1970 la tercera generación de la Escuela de los Annales propuso ahondar en las estructuras mentales de las sociedades y sus representaciones a través de estudios seriados e interpretaciones racionales. Se trataba de dotar de aparato científico a un cuerpo teórico que había ido tomado forma en las décadas previas y, sobre todo, confrontar, por un lado, el relato de los grandes hombres y los grandes acontecimientos que había definido el desarrollo historiográfico desde la centuria anterior y, por otro, los enfoques políticos y económicos orientados por el pensamiento marxista. El viraje hacia aspectos de la vida cotidiana y, particularmente, hacia la vida de los pequeños hombres -y todas las mujeres- estuvo acompañado de una reflexión sobre el archivo y la relación de la historia con otras disciplinas, todo ello en un contexto político, social, cultural y económico de profundos cuestionamientos y alta tensión a nivel mundial.
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En los años finales del siglo XX la aceptación de las dinámicas globalizadoras como derivas de la consolidación del sistema capitalista y la democratización de los centros de poder y conocimiento generaron inquietudes que se trasladaron a los estudios del pasado. Las nuevas agencias generaron preguntas sobre las expectativas y la toma de decisiones de los sujetos históricos; el fomento de la movilidad motivó una genealogía de la globalización. Corrientes historiográficas concretas, como la Historia Global, la Historia Atlántica o la Historia Conectada, orientaron las respuestas y también abrieron debates sobre los sesgos de estas lecturas del pasado propuestas desde espacios académicos hegemónicos situados, por lo general, en Europa o los Estados Unidos.
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Iniciando el siglo XXI el esfuerzo historiográfico por incorporar a sujetos, espacios, temáticas y perspectivas que habían quedado fuera -o que en el mejor de los casos servían de complemento a interpretaciones consolidadas, con frecuencia bajo la clasificación de “excepcional”- ha dado como resultado un incuestionable ensanchamiento del horizonte interpretativo y un significativo avance epistemológico. Sin embargo, ¿esto ha dado lugar a cambios en el análisis histórico? ¿Ha generado novedades metodológicas? ¿Ha creado nuevas historias?
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Estas preguntas nos llevan a fijarnos en cómo se ha realizado esa incorporación (también de los debates subsecuentes) y cuáles han sido las motivaciones. Tanto en estudios académicos como en el ámbito de la divulgación la visibilidad de estos otros/nuevos sujetos, espacios, temáticas y perspectivas ha aumentado, incidiendo en sus cualidades para ponerlos bajo el foco de interés tanto de lxs investigadorxs como de la ciudadanía en general. Sin matizaciones, estos análisis ofrecen una imagen bastante optimista en cuanto a circunstancias y situaciones muy lejanas, pero que acaban resultando reconocibles. Así, su omisión o marginación previas se ha considerado principalmente como un problema historiográfico, en particular, como el resultado de la persistencia de los ideales y estereotipos decimonónicos, motivados, impulsados y adaptados a los intereses del Estado-nación. Por tanto, su aparición en el relato histórico se interpreta como la ruptura de un marco interpretativo anacrónico y el avance hacia una comprensión del pasado más completa y compleja. Sin embargo, en ocasiones, también ha facilitado enunciados generalistas, altamente simplificadores y, por tanto, tergiversadores -tales como “también estuvieron allí” o “también tenían poder”-, validando, en realidad, imágenes muy contemporáneas de la primera modernidad.
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Esto, lejos de plantear solo un problema historiográfico, expone un problema social y político. Si por una parte, lxs historiadorxs debemos temer por la aparición de nuevos (y conscientes) anacronismos con la construcción de puentes temporales bajo la máxima “Todo lo que te está pasando a ti ya le pasaba a alguien en el XVII”; por otra, podemos caer en el riesgo de relativizar las luchas recientes y actuales por realmente estar ahí y tener agencia, calificando como sobreactuadas reivindicaciones legítimas contra situaciones de discriminación o incluso asumir estas discriminación como la consecuencia lógica -y justificada- de malas decisiones históricas.
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A partir de estas ideas preliminares invitamos a participar en el Congreso Internacional Nuevas Historias con comunicaciones en la que se expongan casos particulares acompañados de una reflexión teórica y metodológica adecuada a los estudios sobre el pasado. La delimitación temática de las propuestas es señalada en las descripciones de los simposios convocados, mientras que cronológicamente se priorizarán los siglos XVI, XVII, XVIII y primeras décadas del XIX. Se aceptan estudios sobre América, Europa, Asia, África y Oceanía.